Jordi Barra Paniello
En la presente comunicación pretendemos analizar el papel de la cartografía histórica respecto a las políticas de memoria, y más concretamente lo acontecido en la última década en el tratamiento llevado a cabo por ella en relación a la Guerra Civil española. Esta reflexión encaja en las premisas del eje tercero, dedicado a los diferentes canales de transmisión de la memoria. La cartografía histórica, para su elaboración y posterior uso, utiliza, se interrelaciona o colabora perfectamente no sólo con las disciplinas que se pretenden analizar en este apartado (literatura, audiovisuales, programas pedagógicos o de nuevas tecnologías, etc.), sino con muchas otras. Incluso en ámbitos puramente artísticos (pintura, escultura, instalaciones, perfomances…), lo que expande sus posibilidades en una etapa en la que se valora la transversalidad.
Por otro lado, aprovechar este análisis para resaltar y evidenciar la importancia que tiene per se. Las características y potencialidades de la cartografía histórica la convierten en una disciplina idónea para no sólo explicar el pasado, sino también como herramienta principal en materia memoralística. Esta idea forma parte de una línea de trabajo que nos ha llevado en los últimos años a un proceso de reflexión que abarca tres ámbitos: Cartografía y Memoria, Cartografía y Educación, y Cartografía y Holocausto. Un proceso que finalmente comenzamos a exponer en el Congreso “1936 ¿Un novo Relato? 80 años, entre historia y memoria”[1] con la ponencia Cartografía histórica. Una antigua herramienta, una nueva perspectiva. Se trata de hacer cartografía histórica a la vez que meditamos por qué, para qué y cómo la hacemos. Con ello queremos poner en valor y reivindicar a la cartografía histórica, considerada frecuentemente una herramienta subsidiaria y complementaria, que potenciada y desde una nueva perspectiva, se convierte en fundamental para la comprensión de la historia y sobre todo para la recuperación de la memoria.
Definición
Antes que nada es necesario definir el concepto de cartografía histórica. Observamos una cierta confusión. Frecuentemente se engloba en ella todos los mapas realizados. Una primera consideración necesaria es diferenciar entre cartografía y cartografía histórica. Para ello, no seguiremos la definición stricto sensu del diccionario de la RAE[2]. Entenderíamos como cartografía, los mapas confeccionados durante el momento en que acontecen los hechos —en nuestro caso, la Guerra Civil— con una función instrumental. El éxito en el campo de batalla, hace necesario planificar bien las operaciones militares, y por tanto la producción cartográfica aumenta a la par que el conflicto avanza. «Los servicios de ambos bandos dibujaron, grabaron, imprimieron y distribuyeron millones de mapas».[3] Todos estos mapas producidos durante la guerra, entrarían en esta definición de cartografía. Mapas de antes y realizados durante la guerra para ser utilizados durante la misma. A diferencia de la cartografía histórica, que serían los mapas realizados a posteriori del conflicto con un objetivo también instrumental pero diferente: explicar, justificar, comprender o interpretar los hechos acontecidos. Sucesos del pasado —Guerra Civil— creados desde el presente —el momento de la elaboración del mapa—. Ya en 1940, encontramos el libro —636 páginas y 406 fotografías— de Luis María de Lojendio[4] que explica las campañas militares de la guerra. En él, perfectamente intercalados, 86 mapas que pretenden explicar las tácticas realizadas para conseguir la victoria. Una cartografía claramente explicativa y justificativa.
Revalorización
Nosotros, además, al objetivo de explicar, justificar, comprender o interpretar los hechos, añadiríamos una idea no suficiente empleada ni subrayada: considerar a la cartografía histórica como una herramienta primordial para la recuperación de la Memoria. Por un lado, reconstruye el espacio, y por otro, conceptualiza y plasma para su comprensión los hechos que en él acontecieron. Consigue visualizar, hacer presente, levantar acta, dar testimonio. En definitiva: fijar la memoria en el mapa. «La cartografía forma parte de la memoria de los espacios y los territorios».[5]
La cartografía histórica permite reconstruir los espacios destruidos o transformados por el paso del tiempo; delimita el área y no sólo coloca los elementos, los contextualiza. Encima de esa base, finalmente, dispone los hechos que pretende relatar. Hacer cartografía histórica no sería solo cartografiar. Sería más correcto utilizar mapear[6]. No se trata simplemente de colocar datos sobre una superficie geográfica. Tras un proceso de documentación y probaturas, conceptualiza y recrea los hechos. Reescribir la historia incidiendo en la necesidad de revaluar el uso de un elemento que siempre había estado presente, pero al que apenas se había otorgado la posibilidad de ofrecer todo su potencial. Recordemos que un mapa es una creación intelectual, la capacidad de plasmar un conocimiento en una imagen.
Esta reflexión y nuevo punto de vista —me permitiría añadir, inédito o poco conocido— pretende situar a la cartografía histórica en un papel más destacado, a un nivel similar al de los estudios historiográficos, literarios, artísticos y culturales que se encargan de los ámbitos de conocimiento que se ocupan de la Memoria.
Este preámbulo es necesario para entender lo acontecido en estos diez años en el campo de la cartografía histórica. Nos referiremos a la cartografía histórica clásica. Para el desarrollo de nuestra tesis, en principio, no es primordial en qué forma nos llega (libro, revista, conferencia, exposición, pantalla, web, soporte digital…). Aunque al final apuntaremos la importancia de esta cartografía clásica como base para la realización de mapas a través de las nuevas tecnologías, no entraremos en el debate de formatos. Aquí queremos destacar el por qué, para qué, cómo y qué supone. Igual que en el sector del libro (el uso mayoritario del mapa histórico es a través del soporte en papel), los formatos conviven y se imponen dependiendo de las necesidades del usuario y de las potencialidades que ofrezca cada uno de ellos.
En el continuo análisis que realizamos sobre la presencia de cartografía en los distintos ámbitos, hemos detectado una infrautilización de la misma. Siendo los ejes básicos de la Historia, el espacio y el tiempo, y la cartografía histórica la que nos permite visualizar uno de ellos y contener el otro, ¿cuántas veces ante una explicación geográfica compleja, se nos niega el mapa? En los libros, cuando son utilizados, frecuentemente, aparecen de manera marginal, compendiados al final en anexos o junto a documentación adicional (estadísticas, listados, gráficos, fotografías…). Alguna vez, hay que reconocer que, cuando hay varios, se recopilan —o se amontonan— bajo el epígrafe “Mapas”. Se agradece cuando están bien insertados en las publicaciones y no se someten sólo a directrices de maquetación que no tienen en cuenta la potencialidad del diálogo entre mapas y textos óptimamente colocados.
Siguiendo el análisis, centraremos nuestra atención en lo sucedido con la cartografía histórica que, aún hoy y con diferencia, goza de mayor difusión. Me refiero a la recogida en publicaciones, y más concretamente en libros. Dejaremos de lado las utilizadas en soporte digital y las mostradas en exposiciones. Estas últimas, debido al carácter efímero de su uso y al no recogerse habitualmente en los catálogos que perpetuán la memoria de las muestras, corren un serio peligro de desaparición. Este hecho nos ha llevado a iniciar una línea complementaria de trabajo paralela a los tres ámbitos de reflexión anteriormente mencionados, y que expondremos en un futuro ensayo o ponencia (La cartografía expositiva un patrimonio memoralístico en peligro).
La necesaria apuesta por la excelencia
En una época de predominio casi absoluto de la imagen, hay que trabajar de un modo riguroso hasta el más mínimo detalle. Esto engloba toda la parte del diseño, y es donde el diseñador coge protagonismo. El historiador participa, opina, sugiere y finalmente da el visto bueno porque en él recae la autoría. Aporta y crea el concepto y supervisa y certifica el resultado. Este trabajo de los detalles —puntillismo— hace que el conjunto tenga una gran fuerza. La selección de los iconos, los colores, los tonos, los sombreados, los perfiles, las tipologías de letras, los recuadros, las flechas, los tamaños y proporciones de los elementos, las distancias, la distribución equilibrada evitando la saturación e intentando conseguir el efecto que hemos denominado Efecto El Bosco[7].
Uno de los detalles más importantes que conviene trabajar —indicador de calidad— es la confección de los iconos. Es uno de los más graves defectos que encontramos. El uso de iconos estandarizados, muchos conseguidos en bancos de imágenes gratuitos, da la sensación de poco esfuerzo. También el uso de un icono que abarca una amplia tipología. Por ejemplo, un icono de avión que sirve igual para una avioneta de reconocimiento, un bombardero o un hidroavión. No solo el mapa pierde atractivo ante la reiteración visual, sino que se niega información al lector. Otros están anticuados llegando a la incoherencia. Representar una batalla o un choque armado en la Guerra Civil con dos sables cruzados, está fuera de lugar. Un clásico es la presencia de dibujos que no corresponden a la época (1936-1939). Anticuados cañones del siglo XIX como artillería, tanques Sherman, fusiles CETME… Hay que sacarles todo el potencial a los iconos. Por si mismos, bien hechos, dan información y ayudan a la comprensión, aportando un plus de autenticidad.
La cartografía tiene cualidades tanto artísticas como científicas. Una de las ideas que reivindicamos para dar categoría preeminente a la cartografía histórica como disciplina es la potenciación del diseño. Desde esta comunicación, igual que hicimos en el congreso de Santiago de Compostela, apelamos a nuestros colegas historiadores a hacer mapas bien diseñados. Esto nos lleva a cuestionarnos como profesionales: ¿Sabemos hacer mapas? ¿Cómo se hacen los mapas? ¿Cómo se hace la cartografía histórica?
Esta parte nos corresponde a nosotros, los historiadores, que ideamos y dirigimos. El diseñador nos aportará con su “saber hacer” la posibilidad de materializarlo. Lo ideal es un diseñador que no sea un mero ejecutante, sino que aporte ideas y contrapropuestas. Que fluya un debate productivo que no sea una suma sino una multiplicación. Que ambos hagan incursiones en el campo contrario, teniendo siempre como objetivo la excelencia. Conseguir este tándem, este equipo de trabajo perfecto, tendría que ser la aspiración de aquellos que quieran dedicarse a esta disciplina.
El doctor Víctor Hurtado[8], uno de los mayores expertos actuales y con una de las producciones cartográficas más extensas, ha expuesto unos principios básicos a seguir. Primero, saber detectar en la fase de documentación los datos mapables —aquellos que son susceptibles de ser utilizados en un mapa—. No todos sirven ni caben en el mapa. Con esos datos, sobre una base cartográfica seleccionada de la zona donde suceden los hechos que queremos explicar, conceptualizar. Crear bocetos que tras diversas pruebas, descartes y modificaciones se convertirán en el mapa. Es a través de este proceso —de la idea al mapa— como hemos de conseguir unos mapas de gran fuerza visual que actúen de atracción hacia el contenido. Como forma y fondo van unidos, uno lleva al otro. Hemos de hacer valer la fuerza artística y la belleza de los mapas. Conseguir, con un esmerado y actualizado diseño, un resultado de gran potencia visual, que lleve a una experiencia tanto intelectual como estética de resultados comunicativos innovadores.
El atlas: máxima expresión cartográfica
Siendo la dispersión (un mapa o pequeño grupo de mapas simultáneamente) la forma habitual de conocimiento de la cartografía histórica, el atlas consigue invertir este proceso y concentra en si un gran número de ellos, lo que añade una nueva potencialidad valiosísima: la posibilidad de crear un relato. El atlas es la máxima expresión cartográfica. Además de funcionar todos los mapas del mismo individualmente, tienen que estar en sintonía entre ellos, conforman este relato. Juntos deben de actuar como una unidad. Eso se consigue con una correcta ordenación conceptual, ya sea cronológica o temática, pero también de diseño. Combinar tipologías y tamaños, buscar el equilibrio formal, ser coherente en el planteamiento y mantener el eje visual. Conseguir que el lector siga de una manera natural la consulta. Que todo esté perfectamente encajado, secuenciado, armónico. El texto, si lo hay, sirve de hilo conductor.
Es una oportunidad única de ofrecer diversas tipologías de mapas: individuales, dobles, desplegables, lupas, geopolíticos, llave, etc. A nivel de tamaño, desde un mapamundi a las calles de una ciudad. Acompañados de simbología, gráficos, cajas explicativas y recuadros de diversos tamaños que muestren aspectos concretos, que ayuden a entender las claves esenciales a tener en cuenta.
Los mapas son una representación de la realidad. «Los ensayos gráficos van más allá de lo divulgativo, moldean el mundo, reflexionan visualmente. (…) El pensamiento en imágenes es indispensable en la educación del siglo XXI».[9]
Esta variedad en forma de atlas crea un discurso visual unido por los textos, si los hay, que actúan como soporte vertebrador de todo el conjunto. No es una mera sucesión de mapas. El atlas es una obra de ingeniería, un relato, la obra cumbre de la cartografía. «Los cartógrafos deberían reivindicar su oficio como un verdadero arte poético, y los atlas, como un género literario de belleza máxima».[10]
Una década de cartografía histórica: el atlas como indicador memoralístico
En la década que analizamos, salvando excepciones, en general se producen una serie de fenómenos preocupantes. Uno es la continua reiteración de los mismos mapas. Hay temas que predominan. Las estrellas, las grandes batallas (Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, Ebro…). Lógico, son los momentos cumbres de la contienda. También episodios concretos como el paso del Estrecho, Gernika, los campos de Francia, etc. La lógica nos obliga a crear estos mapas, no se entendería su ausencia. La propuesta que revaloriza a la cartografía histórica sería aquella que aporte alguna innovación en lo formal o en el contenido. De no ser así, simplemente es una repetición, en que a veces hemos detectado incluso la perpetuación de errores. Aún así, si hay que hacer los mismos mapas, hay que mejorarlos, actualizando los datos con las últimas investigaciones. En lo referente al diseño, no se aprovechan a fondo las posibilidades de hacer propuestas más acordes con una época en que el dominio de la imagen es crucial. Podríamos hablar incluso de un cierto retroceso: mapas actuales peores que los de décadas anteriores. Hemos detectado también un cierto proceso de afeamiento en estos años. Si una de las cualidades de la cartografía es su poder de atracción visual, no sólo no se aprovecha, sino que esta fealdad resultante produce el efecto contrario, rechazo, cosa que va en contra de esta propuesta de revalorización que pretendemos. No sólo es necesaria una renovación y actualización formal y de contenidos de muchos mapas, sino además aún hay muchísimos pendientes de ser realizados por primera vez.
Si al atlas es la máxima expresión cartográfica, la producción de atlas siguiendo los criterios de elemento básico de memoria y de calidad en su elaboración anteriormente expuestos, sería un importante indicador de como una sociedad, en este caso la nuestra en los últimos diez años, muestra, se relaciona y valora el (su) pasado.
Entre los años 2007 y 2017, en Cataluña, se han editado unos atlas de referencia de la guerra de España de lo que debería ser una cartografía histórica que cumple el valor de disciplina preeminente en el ámbito de la memoria, y marcan una pauta a seguir para la posterior realización de mapas. Antes de entrar a comentarlos, no podemos dejar de mencionar el Atlas de la Guerra Civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares: 1931-1945[11] del año 2007. Una publicación que seguiría la pauta contraria a la que pretendemos: «relatos heredados que siguen resistiendo, aunque con evidentes síntomas de agotamiento».[12] Se compendian en él todas las problemáticas anteriormente mencionadas. Valorar, eso sí, el gran esfuerzo de estructurar un relato a través de mapas y textos que abarca un periodo temporal tan amplio.
Tendremos que esperar al año 2009, cuando se publica el Atles de la guerra civil a Barcelona[13], donde se muestra sobre una misma base de la ciudad, o cuando los datos son muy numerosos a través de partes de ella, una amplísima cantidad de aspectos (políticos, militares, culturales, sanitarios, asistenciales asociativos, vida cotidiana…) y hechos concretos (Fets de Maig, bombardeos, persecución religiosa…). Abriendo cada apartado, un texto conciso de un historiador de referencia. Este libro se inicia con un mapa con el nomenclátor de la época. Reconstruye así el espació no sólo en sus límites, en su perímetro, sino también en su denominación. Al situar los elementos hoy desaparecidos o transformados contribuye aún más a esta recuperación. Hace memoria de la ciudad. No sólo son mapas situacionistas (que muestran dónde estaban las cosas), posteriormente se colocan en ellos los hechos que acontecieron. Y aún siendo algunos sólo situacionistas, la presencia, ausencia, cantidad, concentración y dispersión de los elementos nos indica cómo, qué, dónde, cuándo, cuánto, quién está o hace en la ciudad (el mapa nos habla). Este atlas sería el modelo urbano a seguir.
En el 2010, se edita el Atles de la Guerra Civil a Catalunya[14] —más de 400 mapas que abarcan todos los aspectos de la guerra en Cataluña— que se convierte no sólo en el patrón a seguir para el resto de zonas del Estado, sino también en una referencia mundial de la cartografía histórica. No hay territorio en el que se haya elaborado tal cantidad de mapas de un ámbito geográfico de un periodo temporal tan corto.
A partir, del Atles de la Guerra Civil a Catalunya, el doctor Víctor Hurtado, responsable de la cartografía del mismo, idea una colección en español —Atlas de la Guerra Civil Española— de temas transversales que abarcaran diversos aspectos del conflicto. Plasmar en mapas los grandes temas de la guerra —60 mapas en cada volumen—. El primero —La sublevación[15]—, dedicado a los dos primeros días del golpe en todas las comandancias militares. Luego vendrían Las Brigadas Internacionales[16] y La Legión Cóndor[17]. En proyecto: Víctimas, represión y exilio, Corpo Truppe Volontarie, El apoyo soviético, Bombardeos y defensa aérea, Medicina y Sanidad, La Marina, Quinta columna… Una aproximación transversal y renovada, desde una perspectiva militar, política y social, aprovechando la obligada concreción que exige la creación de un mapa.
Todo este trabajo ya elaborado es perfectamente adaptable a las plataformas digitales. El proceso de documentación, selección de datos mapables, conceptualización, elección de la base, creación de iconos y simbología, elaboración del relato y del diseño gráfico, no deja de ser el mismo trabajo (etapa previa) imprescindible para la elaboración de la cartografía en soporte digital. Actúa como un guion gráfico (storyboard) al organizar escenarios, tramas y personajes mostrados en forma secuencial con el objetivo de servir de guía para explicar unos hechos. Sólo habría que añadir los elementos de interactividad. Sin ser el núcleo de esta ponencia, la que podríamos definir como cartografía histórica digital respondería a los mismos criterios de análisis que la clásica. Sería un apartado digno de reflexión, porque quizás aún sería más destacado, estudiar la cartografía histórica digital como indicador memoralístico.
Destacar aquí el programa de diseño Instamap[18] desarrollado y en constante actualización por el Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya (ICGC). En pocos años se ha convertido en referencial, y permite crear mapas de calidad de una manera autónoma e individual. Y con una reciente e importantísima ventaja para la cartografía histórica: una aplicación que permite tomar un mapa antiguo y situarlo de una manera rápida y fácil sobre la geografía actual. Esto facilita la base del mapa que se quiere crear.
Importante destacar que ambos atlas como Instamap contaron con un gran soporte académico e institucional (Universidad, Ayuntamiento, Generalitat, Diputación) sin el cual no hubiera sido posible su edición debido, sobre todo el segundo atlas, a la monumentalidad de la obra. Estos atlas actúan así como indicador memorialístico no sólo por su contenido, sino también por su dimensión y contribuyen a marcar el camino a seguir. Su presencia e importancia evidencian las carencias y lagunas, lo que queda por hacer, sobre todo en la creación de mapas de hechos importantes que forman parte de la memoria colectiva de un territorio determinado. Gernika forma parte de la memoria colectiva universal, pero qué pasa con las denominadas otras Gernikas. Esos otros bombardeos son el hecho principal de la memoria colectiva de esas otras ciudades. Al contrario de las grandes batallas o los hechos más relevantes, existen unos vacíos importantes respecto a multiples episodios. No sólo es necesaria una renovación y actualización formal y de contenidos de muchos mapas, sino además aún se tienen que crear por primera vez nuevos, inéditos.
Hemos comprobado que con esta nueva mirada y manera de hacer, la cartografía histórica, considerada frecuentemente auxiliar, potenciada aprovechando su excepcional carácter tanto científico como artístico, se convierten en fundamental para la comprensión de la historia y clave para mostrar de una forma comprensible los hechos del pasado. Los mapas tienen un gran potencial para recrear imágenes y convertirse en testimonios de lo macro (mental/conceptual) y lo micro (historias personales) de la actividad humana. El mapa nos permite una observación de conjunto a escala máxima; reconstruye el espacio, el tiempo y los hechos; encuadra, sitúa, visualiza y contextualiza. Y en forma de atlas, es el relato en su totalidad. Con esta comunicación hemos tratado aportar, además, la visión de la cartografía histórica como indicador memorialístico.
[1] Congreso organizado por el Grupo de Investigación Histagra de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) (julio 2016).
[2] Cartografía: 1. f. Arte de trazar mapas geográficos.
[3] Los Mapas en la Guerra Civil (1936-1939). Catálogo de la exposición del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla (Sevilla: Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas, 2007).
[4] Lojendio, Luis María de, Operaciones militares de la guerra de España, 1936-1939. Barcelona: Montaner y Simon, 1940.
[5] Gil, Marta. La memoria cartográfica de la Guerra Civil española: los mapas de la guerra en la Cartoteca de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) (http://bid.ub.edu/28/gil2.htm).
[6] En el diccionario de la RAE, mapear no existe en español peninsular, pero la acepción chilena nos sirve perfectamente: 2. tr. cult. Chile. Hacer mapas. 3. tr. cult. Chile. Trasladar a un mapa sistemas o estructuras conceptuales. El vocablo cartografiar se nos queda corto en su significado: Levantar y trazar la carta geográfica de una porción de superficie terrestre.
[7] Término propio creado en homenaje a los cuadros de este pintor que utilizamos para expresar el modo de contemplación de los mapas. Atracción tanto por la visión general del conjunto como por la focalización en cada uno de los numerosos detalles. La vista pasa sucesivamente de lo micro a lo macro siguiendo la voluntad y los intereses del observador, que queda cautivado ante la obra.
[8] Destacar de su extensa obra los nueve volúmenes de la colección Atles dels comtats de la Catalunya carolíngia (Rafael Dalmau editor), Gran atlas de historia de España (Barcelona: Planeta, 2011) o con más de mil mapas el Atles manual d’Història de Catalunya. Vol.1 (Barcelona: Dalmau editor, 2014).
[9] Carrión, Jorge. (14 de abril de 2016). Pensar con viñetas. El País. Ideas. pp. 9.
[10] Schalansky, Judith, Atlas de islas remotas. Madrid: Capitan Swing, 2013.
[11] Puell de la Villa, F. y Huerta Barajas, Justo A. Atlas de la Guerra Civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares: 1931-1945. Madrid: Síntesis, 2007.
[12] Premisa de reflexión del Congreso de Santiago de Compostela.
[13] Varios autores bajo la dirección de Gabriel Cardona y Manel Esteban Atles de la guerra civil a Barcelona. Barcelona: Edicions 62, 2009.
[14] Hurtado, V., Segura, A. y Villarroya, J. Atles de la Guerra Civil a Catalunya. Barcelona: DAU, 2010.
[15] Hurtado, V., La sublevación. Barcelona: DAU, 2011.
[16] Hurtado, V., Las Brigadas internacionales. Barcelona: DAU, 2013.
[17] Barra, J., La Legión Cóndor. Barcelona: DAU, 2016.
[18] http://www.instamaps.cat